“Santa María de Guadalupe, Insignie y Nacional Basílica, Villa Gustavo A. Madero.
Querida Lupita:
Ayer, después de muchos años, fui a tu casa, a tu nueva casa, Lupita, me sentí decepcionado. De plano que no es como la de antes. Esta la diseño un arquitecto de muchas polendas, don Pedro Ramírez Vázquez, quien indudablemente pensó en un lugar muy amplio en donde cupiera mucha gente y que todos pudieran verte sin pilares estorbosos o arañas hechas ascua. Ciertamente que lo logró, pero a mí no me gusta. Por fuera parece una carpa, y por dentro también. No juzgues irreverencia el que te lo diga, pero es que a mí me gusta más la otra. Bien me acuerdo que ya desde la puerta se contemplaba tu carita dulce y morena, ese marco tan dorado, tan bonito, y tu altar cuajado de rosas, azucenas, gladiolas. Y esos enormes pilares me daban la impresión que servían como para que te ocultaras y al rodearlos te volvía a encontrar, como si jugaras conmigo a las escondidas, y cada encuentro era más dichoso. Llegaba hasta el presbiterio y hacía una oración puesta en tierra la rodilla, más bien en mármol, después, saliendo por la derecha, pasaba a dejar la veladora de a 20 o 30 centavos o con vaso de cristal de uno cincuenta y a pedir con más fe tocando el cristal que cubría una copia de tu efigie, ésta en forma de estatua, y luego a contemplar de nueva cuenta los exvotos y los testimonios que en ingenuos dibujos certificaban tus milagros.
De ahí al Cerrito o el Pocito para luego ir a los columpios y a comer quesadillas o sopes, comprar para llevar a casa gorditas de la Villa, claro que a casa nunca llegaban pues la gula era más grande que el paquete.
Quería saber más de ti. Y sin perderla, ir más allá de la fe. Sobre todo porque he leído cosas absurdas que sobre ti se escriben.
Pregunté interesada al padre Escalona, con quien me enviaron unas personas que servían de informadores, sobre tu origen y otros asuntos relacionados contigo. Pero tal parece que interrogaba a algún prepotente funcionario de alguna dependencia del gobierno, corroído de burocracia, porque tajante y cortante el sacerdote me respondió:
— ¡Yo nada sé de éso; pregunte en otra parte!
Imagínate, en otra parte, no en tu casa. Posiblemente me querían traer de Herodes a Pilatos, como a Juan Diego.
–Salga y vea cuanta gente está llegando!, ¡Ya no se puede!, me dijo uno de los seglares encargados de ayudar a los curas en la sacristía, con quien me envió el padre Escalona.
Y, efectivamente, ví a mucha gente y oí sus voces entonando cánticos con lo mejor se sí mismas. Con amor y dulzura imploraban tu amparo, tu ayuda, y me pregunté desesperadamente: ¿si no eres tú, qué queda a nuestro pueblo creyente?
Bien he visto que tienes muchos enemigos, pero sé que tú no te los has buscado, pero quizás sí quienes hacen negocio redondo de tí, y no hay un Jesús que a latigazos arroje de tu templo a los mercaderes. Ya ves, una estampita con tu imagen, 500 pesos, una veladora con vaso de cristal, pequeña, 700; un libro de oraciones, ¡qué digo libro!, un pequeño folletín de 5 por 10 centímetros mal impreso, 1,100.
Ya mejor no preguntamos por el precio de las gorditas, con lo caro que está el maíz y el azúcar… y se me olvidaba lo de la contribución que deben dar los puesteros de tu barrio a Alberto Martínez –el “rey de las gorditas”– proveedor del material y fabricante también de esas memelitas dulces, quien ha juntado tanto dinero que se da el lujo de poner calzas de centenarios al ropero en que tacañamente guarda el producto recaudado de su negocio.
Alguien me dijo: “aún cuando ya hubieran descubierto que las apariciones son un mito, los curas no serían capaces de reconocerlo públicamente”. En efecto, así sería, y con curas como el padre Escalona, que no saben ni les interesa nada de ti, ¿qué podemos esperar?
Los católicos estamos abandonados de nuestros guías espirituales. En tanto las sectas de todo tipo hace presa fácil de los que antes era tu gente. Según dicen ellos, manejan argumentos sesudos y “profundos” conocimientos de la Biblia, pero engañan a la grey haciéndole creer que no piden contribución ninguna, ni hacen negocio alguno, porque los pagan fundaciones internacionales, y además sacan provecho con la venta de sus libros e impresos.
Por ahora, nos vemos Lupita. En otra ocasión pasaré a saludarte, y pasaré sobre gente como el padre Escalona. Me informaré de cómo van las cosas por tu casa. En tanto, recibe mi admiración y cariño.
Estela Navarro, diciembre 1988.
Imagen tomada de: Desde la fe.
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